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agosto 31, 2015 9:22 pm

[En la Prensa] «Las historias que marcan la reconstrucción de la zona cero del aluvión en el norte» vía El Mercurio

Marcas en algunas murallas son casi el único vestigio que queda de la madrugada del 25 de marzo, cuando el barro y el agua causaron graves daños en la localidad. Hoy, un conjunto de casas de colores les devuelve la esperanza a los paipotinos, aunque los recuerdos siguen pesando.  

Jaime Sánchez Campos 

«A ños de recuerdos quedaron allá donde ustedes botaron los escombros». Con esas palabras, Carlos Moraga, habitante de Paipote- la zona cero del aluvión que afectó a Copiapó-, les explicaba a los voluntarios del «Desafío Levantemos Chile» lo que significaba haber perdido sus casas. Lo hacía emocionado. El viernes pasado, cinco meses después de la noche en que el barro cubrió la localidad, la organización creada por Felipe Cubillos -fallecido en 2011, en el accidente del CASA 212, en Juan Fernández- entregó 33 viviendas definitivas, todo un barrio del pueblo.

La iniciativa -cuyo financiamiento aún no se completa- surgió a los pocos días de la catástrofe, cuando un grupo de avanzada llegó a evaluar la emergencia. «En el lugar no quedaba nada», dice Juan Pablo Baraona, encargado del plan. «El barro había destruido todo, por lo que sentimos la obligación de devolverle la vida a ese lugar», agrega.

Aunque durante el incendio en Valparaíso y el terremoto de 2010 Desafío Levantemos Chile había construido viviendas definitivas, siempre habían sido reconstrucciones específicas. Por eso, el proyecto de levantar un barrio completo planteaba una serie de desafíos, como la armonía arquitectónica, la recuperación de los espacios, y servicios básicos, como agua y alcantarillado.

La noche que sepultó a Paipote

Conocido como «el patio trasero» de Copiapó, Paipote fue el lugar donde se inició el colapso del cauce que más tarde llegaría hasta el centro de la capital de la Tercera Región. La localidad, donde algunas murallas todavía acusan los niveles que alcanzó el barro, es atravesada de oriente a poniente por una quebrada que hace de canal para las aguas cordilleranas. El 25 de marzo, por fallas técnicas del canal, el río se desbordó.

Eran las 4 de la mañana cuando a Miguel Abarcia lo despertaron los gritos. Una vez en pie, recuerda, escuchó el sonido que hasta el día de hoy sigue en la memoria de los «paipotinos». «Era como una tormenta, como truenos», dice para describir el ruido que generaba el caudal de barro, piedras y sedimento que bajaba de la cordillera.

«Ayuden a sacar el barro»

El presidente ejecutivo de Desafío Levantemos Chile, Cristián Goldberg, recuerda con claridad las primeras palabras que le dijeron cuando llegó al lugar: «Ayuden a sacar el barro en vez de estar hueviando ‘». En el espacio que quedaba entre los techos de las casas y la masa de lodo, algunas familias intentaban ingresar para recuperar sus pertenencias. Convencerlos de dar por perdido años de esfuerzo fue uno de los primeros desafíos que encontraron los voluntarios de la fundación.

El segundo, que confiaran en que estaban ahí para darles una solución. «Al principio nos miraban con escepticismo. Como unos más de los tantos que iban a prometer alguna solución y luego se iban», cuenta Baraona.

El 16 de abril, sin embargo, tras haber limpiado el lugar y sacado 170 toneladas de lodo, la fundación comenzó los trabajos para reconstruir la comunidad. «Recién ahí la gente nos empezó a creer», recuerda Baraona.

Las viviendas definitivas

Cuatro meses después de iniciadas las obras y con el recuerdo del aluvión aún latente, Gonzalo Rodríguez espera su turno para recibir oficialmente las llaves de su nueva casa. Lo hace con la camiseta de la «U», la que hace juego con el color azul que eligió para su vivienda. Junto con ese color, el amarillo y el blanco se van alternando a lo largo de las calles, que fueron las opciones elegidas por los propios paipotinos.

En el lugar quedan pocos vestigios del barro y quienes lo vieron meses atrás aseguran que es irreconocible. Hoy se pueden observar las veredas ya despejadas y las viviendas que componen parte del nuevo Paipote. Sus habitantes explican que son 46 metros cuadrados que les permiten volver a empezar.

«Nuestra casa era todo lo que teníamos», dice Pedro Pablo Quispe, al abrir por primera vez la puerta de la nueva casa. Adentro mira con orgullo el living-comedor y las piezas, que ya cuentan con camas.

Para su señora, Gladys Rojas, el momento cobra especial emoción. Pasó el aluvión en la precordillera y luego de caminar dos días con un pie fracturado llegó para enterarse que de su casa no quedaba nada. Después de cinco meses de espera, dice con los ojos llenos de lágrimas: «Hoy día dormimos acá».

 «Ese día nuestra vida cambió en 180 grados»

En medio de la zona cero de Paipote, a orillas del canal que la madrugada del 25 de marzo se desbordó, se levanta la casa de la familia Ardiles. La historia que guarda es especial: ahí vivía la única fallecida la noche del aluvión.

«Ese día nuestra vida cambió en 180 grados», recuerda Katherine Ardiles, de 33 años. En medio del barro que entraba a la casa, su abuela materna falleció producto de un infarto. Un mes más tarde lo hizo su madre, a causa de una enfermedad.

Aunque las cifras oficiales no la consideran como una víctima del aluvión, Katherine cree que en el fondo sí lo es. «Para mi mamá, el dolor de ver que había perdido todo por lo que había trabajado por años, la superó», dice.

En un rincón del patio, de pantalón y camisa negra, su padre, Aliro Ardiles, de 67 años, carga también con esa pena y la representa en el luto que viste todos los días. Junto a su esposa habían trabajado por años el mismo terreno que ahora arregla con una pala, para recibir a la comitiva de voluntarios que le entregará las llaves de su nueva casa. A ratos levanta la cabeza para mirar a su nieto que juega con una pelota unos metros más allá.

«La pena la ha logrado pasar un poco con esto de la casa», dice su familia, refiriéndose a la energía que le ha significado la posibilidad de contar con una nueva vivienda.

El día del aluvión lo tiene grabado en la memoria. Cuestionándose, todavía se pregunta cómo no escuchó el ruido del caudal, que terminó llevándose parte de su vida.

Aunque ahora tiene una segunda oportunidad, la toma con una felicidad contenida Y es que abrir la puerta de su nueva casa es un momento cargado de emoción para él: le habría gustado compartirlo con quien fue su compañera durante años.

Sus hijas contienen un poco esa pena. Saben que han sido meses difíciles, pero que ahora deberán ser el apoyo de este nuevo comienzo. «Habría sido un sueño para mi mamá ver en pie su nueva casa en tan poco tiempo», reflexiona Katherine.

Los gitanos que tienen «casa estable»

Cuando a la familia Betancur le piden que se siente en el living de su nueva casa, casi por impulso lo hacen en el suelo, como gitanos. Así había llegado Ernesto hace 20 años a Paipote, donde con el tiempo logró instalarse y formar la familia que hoy lo tiene orgulloso.

Hace algunos meses, sin embargo, todo lo que había construido se vino abajo. El aluvión lo obligó después de varios años a tomar la carpa y, como el mismo dice, «volver a gitanear». El barro se había encargado de destruir no solo su casa, sino también los autos usados que arreglaba y vendía como parte de un negocio típico de su cultura.

«Andábamos desorientados», dice su hijo Walter, cuando recuerda que llegaron hasta Talca buscando una solución. La carretera se había convertido en el lugar de reflexión para Ernesto y su familia, mientras pensaban cómo podrían volver a empezar.

Por eso, les resulta difícil asimilar que hoy estén sentados en el mismo lugar arrasado por el barro un tiempo atrás. «Aunque no tengo nada, recuperar tu casa te permite volver a ponerte de pie», dice Ernesto.

Bajo esa filosofía es que «el paisano», como lo llaman en el barrio, rechazó que Desafío Levantemos Chile construyera dos casas para su familia. Aunque cumplía con los requisitos para ello, desde la entidad explicaron que él pidió que esa casa se utilizara para otra familia del lugar.

Y es que aunque de sangre gitana, Ernesto siente un arraigo especial por Paipote. Por eso, ahora prefiere mantener su carpa guardada y seguir siendo el paisano del lugar.

 

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Fuente: El Mercurio